CLASE COSTUMBRISMO
ESPAÑOL GRADO 8°
ACTIVIDAD:
1. DESCRIBE, CON BASE A LAS IMÁGENES, QUE ES COSTUMBRISMO
2. CON BASE AL TEXTO ARGUMENTA: ¿CUALES SON LAS CARACTERÍSTICAS DEL COSTUMBRISMO?
3. ESCRIBE 30 PALABRAS PROPIAS DEL COSTUMBRISMO
En la Diestra de Dios Padre Este
dizque era un hombre que se llamaba Peralta. Vivía en un pajarate muy grande y
muy viejo, en el propio camino real y afuerita de un pueblo donde vivía el Rey.
No era casao y vivía con una hermana soltera, algo viejona y muy aburrida. No
había en el pueblo quién no conociera a Peralta por sus muchas caridades: él
lavaba los llaguientos; él asistía a los enfermos; él enterraba a los muertos;
se quitaba el pan de la boca y los trapitos del cuerpo para dárselos a los
pobres; y por eso era que estaba en la pura inopia; y a la hermana se la
llevaba el diablo con todos los limosneros y leprosos que Peralta mantenía en
la casa. "¿Qué te ganás, hombre de Dios -le decía la hermana-, con
trabajar como un macho, si todo lo que conseguís lo botás jartando y vistiendo
a tanto perezoso y holgazán? Casáte, hombre; casáte pa que tengás hijos a quién
mantener". "Cálle la boca, hermanita, y no diga disparates. Yo no
necesito de hijos, ni de mujer ni de nadie, porque tengo mi prójimo a quién
servir. Mi familia son los prójimos". "¡Tus prójimos! ¡Será por tanto
que te lo agradecen; será por tanto que ti han dao! ¡Ai te veo siempre más
hilachento y más infeliz que los limosneros que socorrés! Bien podías comprarte
una muda y comprármela a yo, que harto la necesitamos; o tan siquiera traer
comida alguna vez pa que llenáramos, ya que pasamos tantos hambres. Pero vos no
te afanás por lo tuyo: tenés sangre de gusano". Esta era siempre la
cantaleta de la hermana; pero como si predicara en desierto frío. Peralta
seguía más pior; siempre hilachento y zarrapastroso, y el bolsico lámparo
lámparo; con el fogoncito encendido tal cual vez, la despensa en las puras
tablas y una pobrecía, señor, regada por aquella casa desde el chiquero hasta
el corredor de afuera. Figúrese que no eran tan solamente los Peraltas, sino
todos los lisiaos y leprosos, que se habían apoderao de los cuartos y de los
corredores de la casa "convidaos por el sangre de gusano", como decía
la hermana. Una ocasioncita estaba Peralta muy fatigao de las afugias del día,
cuando, a tiempo de largarse un aguacero, arriman dos pelegrinos a los portales
de la casa y piden posada: "Con todo corazón se las doy, buenos señores
-les dijo Peralta muy atencioso-; pero lo van a pasar muy mal, porqu'en esta
casa no hay ni un grano de sal ni una tabla de cacao con qué hacerles una comidita.
Pero prosigan pa dentro, que la buena voluntá es lo que vale". Dentraron
los pelegrinos; trajo la hermana de Peralta el candil, y pudo desaminarlos a
como quiso. Parecían mismamente el taita y el hijo. El uno era un viejito con
los cachetes muy sumidos, ojitriste él, de barbitas rucias y cabecipelón. El
otro era muchachón, muy buen mozo, medio mono, algo zarco y con una mata de
pelo en cachumbos que le caían hasta media espalda. Le lucía mucho la saya y la
capita de pelegrino. Todos dos tenían sombreritos de caña, y unos bordones muy
gruesos, y albarcas. Se sentaron en una banca, muy cansaos, y se pusieron a
hablar una jerigonza tan bonita, que los Peraltas, sin entender jota, no se
cansaban di oirla. No sabían por qué sería, pero bien veían que el viejo
respetaba más al muchacho que el muchacho al viejo; ni por qué sentían una
alegría muy sabrosa por dentro; ni mucho menos de dónde salía un olor que
trascendía toda la casa: aquello parecía de flores de naranjo, de albahaca y de
romero de Castilla; parecía de incensio y del sahumerio de alhucema que le
echan a la ropita de los niños; era un olor que los Peraltas no habían sentido
ni en el monte, ni en las jardineras, ni en el santo templo de Dios. Manque
estaba muy embelesao, le dijo Peralta a la hermana: "Hija, date una
asomaíta por la despensa; desculcá por la cocina, a ver si encontrás alguito
que darles a estos señores. Mirálos qué cansaos están; se les ve la
fatiga". La hermana, sin saberse cómo, salió muy cambiada de genio y se
fué derechito a la cocina. No halló más que media arepa tiesa y requemada, por
allá en el asiento di una cuyabra. Confundida con la poquedá, determinó que
alguna gallina forastera tal vez si había colao por un güeco del bahareque y
había puesto en algún zurrón viejo di una montonera qui había en la despensa;
que lo qu'era corotos y porquerías viejas sí había en la dichosa despensa hasta
pa tirar pa lo alto; pero de comida, ni hebra. Abrió la puerta, y se quedó
beleña y paralela: en aquel despensón, por los aparadores, por la escusa, por
el granero, por los zurrones, por el suelo, había de cuanto Dios crió pa que
coman sus criaturas. Del palo largo colgaban los tasajos de solomo y de falda,
el tocino y la empella; de los garabatos colgaban las costillas de vaca y de
cuchino; las longanizas y los chorizos se gulunguiaban y s'enroscaban que ni
culebras; en la escusa había por docenas los quesitos, y las bolas de
mantequilla, y las tutumadas de cacao molido con jamaica, y las hojaldras y las
carisecas; los zurrones estaban rebosaos de frijol cargamanto, de papas, y de
revuelto di una y otra laya; cocos de güevos había por toítas partes; en un
rincón había un cerro de capachos de sal de Guaca; y por allá, junto al
granero, había sobre una horqueta un bongo di arepas di arroz, tan blancas, tan
esponjadas, y tan bien asaítas, que no parecían hechas de mano de cocinera
d'este mundo; y muy sí señor un tercio de dulce que parecía la mismita azúcar.
"Por fin le surtió a Peralta -pensó la hermana-. Esto es mi Dios pa
premiale sus buenas obras. ¡Hasta ai víver! Pues, aprovechémonos". Y dicho
y hecho: trajo el cuchillo cocinero y echó a cortar por lo redondo; trajo la
batea grande y la colmó; y al momentico echó a chirriar la cazuela y a regase
por toda la casa aquella güelentina tan sabrosa. Como Dios li ayudó les puso el
comistraje. Y nada desganao qu'era el viejito; el mozo sí no comió cosa. A
Peralta ya no le quedó ni hebra de duda que aquello era un milagro patente; y
con todito aquel contento que le bailaba en el cuerpo sargentió por todas
partes, y con lo menos roto y menos sucio de la casa les arregló las camitas en
las dos puntas de la tarima. Se dieron las buenas noches y cada cual si acostó.
Peralta se levantó, escuro, escuro, y no topó ni rastros de los güéspedes; pero
sí topó una muchila muy grande requintada di onzas del Rey, en la propia
cabecera del mocito. Corrió muy asustao a contarle a la hermana, que al momento
se levantó de muy buen humor a hacer harto cacao; corrió a contarle a los
llaguientos y a los tullidos, y los topó buenos y sanos y caminando y andando,
como si en su vida no hubieran tenido achaque. Salió como loco en busca de los
güéspedes pa entregarles la muchila di onzas del Rey. Echó a andar y a andar,
cuesta arriba, porque puallí dizque era qui habían cogido los pelegrinos. Con
tamaña lengua a fuera se sentó un momentico a la sombra di un árbol, cuando los
divisó por allá muy arriba, casi a punto de trastornar el alto. Casi no podía
gañir el pobrecito de puro cansao qu'estaba, pero ai como pudo les gritó:
"¡Hola, señores; espéremen que les trae cuenta!". Y alzaba la muchila
pa que la vieran. Los pelegrinos se contuvieron a las voces que les dió
Peralta. Al ratico estuvo cerca d'ellos, y desde abajo les decía: "Bueno,
señores, aquí está su plata". Bajaron ellos al tope y se sentaron en un
plancito, y entonces Peralta les dijo: "¡Caramba qu'el pobre siempre
jiede! Miren que dejar este oral por el afán de venirse de mi casa. Cuenten y
verán que no les falta ni un medio!".